Baño de espuma

 


Le costaba seguir cargando con sus lienzos por la calles de Madrid, los museos y los parques, temía que nunca lograría vivir como pintora, siempre recurriendo a su viejo trabajo, sirviendo copas por las noches, mostrándose simpática, con la falda cortísima y las tetas muy apretadas, marcando escote todo lo que su escasa carne le permitía. Labios rojos, pelo alborotado, perfume intenso y ojos de mirada dura que chocaban a todas luces con la sonrisa eterna.

Afortunadamente, cada madrugada al volver a casa, el baño de espuma la salvaba de derrumbarse, pese a que sabía que suponía un delito ecológico.

Las mañanas de domingo eran las peores, salían en tropel los aprendices de pintores, creyéndose Velázquez, con sus aires de provincias y los bolsillos llenos de billetes, con papá pagando academias y buenos productos para que su hijita o hijito lograsen ver cumplido su sueño.

Lo de ella era completamente opuesto, tenía que mentir a sus padres, a sus amigos, incluso a su novio, que en Cantabria se ganaba bastante bien la vida vendiendo zapatos y no aspiraba a mucho más. Sus sueños no caminaban paralelos a los de él. En la universidad le terminaron de llenar la cabeza de pájaros, de imágenes y colores, le decían que era buena, que tenía su estilo y lograría destacar. ¡Y sí que lo consiguió! Destacó en borde, en maleducada y en loca, persiguiendo a voces a los críos que le hacían corrillo en la calle preguntando entre risas ¿tú sabes pintar hombres desnudos? Discutiendo con el pintamonas de turno que le hacía sombra con su enorme lienzo porque se empeñaba en situarse pegado a su espalda.

Estaba muy cansada, de caballetes, pinceles y cuadros sin futuro. De vender réplicas de las grandes obras a turistas que querían llevarse un recuerdo de Madrid y les servía tanto un imán, un delantal con lunares o sus pequeños cuadritos del Prado.

Regresaba por allí casi a diario, aquel anuncio lo había visto en múltiples ocasiones, sin prestarle atención, de forma inconsciente, lo arrancó de una farola y se lo guardó en el bolsillo de sus ajustados vaqueros. Llamó al número que aparecía, y una señora de voz dulce y tranquila le confirmó que podía pasarse por la academia, estaban escasos de modelos femeninos. Como solía sucederle se estrenó a lo grande, ni pose de manos, ni boceto de rostro, directamente trabajaban en el cuerpo humano y necesitaban una mujer de espaldas, enteramente desnuda. El profesor le ordenó que se recogiese el pelo en un moño y comentó a sus alumnos que ahí tenían un bonito culo.

Pagaban mal, si bien, ganaba más que sin vender ni una de sus obras y al menos no hacía gasto, le regalaban óleos, pinceles y lienzos con frecuencia. Se fue enganchando a ese lugar, del que le costaba salir, se alegró de que le permitiesen asistir a las clases, le gustaba dibujar personas, odiaba los bodegones y naturalezas muertas, se divirtió el día que salieron a pintar el semáforo de delante de la academia.

El cambio le sirvió de terapia, se relajaba posando y liberaba demonios en el silencio de la amplia sala. No pretendía volver a ser la que estropea todo por donde pasa. A los pocos meses, el profesor le rogó que llegase antes, para preparar la postura, que ese tiempo lo cobraría igualmente. Le agarraba la cabeza con suavidad y se la movía en una y otra dirección, con su cara muy cerca de la suya constantemente, hasta que por fin le decía que así debería permanecer durante la clase. A continuación le tocaba colocarle el brazo, la mano, la pierna. Incluso pudiendo posar vestida, él siempre la colocaba desnuda. 

Una tarde, mientras el resto de los alumnos iban saliendo, le pidió que permaneciese sobre la plataforma. Alabó su paciencia, su fuerza para no moverse durante una larga hora y le contó que no solo era pintor, también escultor, sin dejar de colocarla por partes, lentamente. Se acercó a su oído y le susurró que se había convertido en una estatua, no podía moverse o la castigaría, la tumbó y comenzó a acariciar sus labios, le cerró los párpados, pasó ambas manos por su cuello, bajó a los pechos y jugó con sus pezones, te estoy esculpiendo un nuevo cuerpo, le dijo, uno que aún no conoces, esas palabras aceleraron su pulso, entreabrió la boca para no ahogarse, fue atrapándola el deseo, las ganas y el rendirse a la diversión. Le entreabrió sus piernas y sus dedos jugaron sabios con su sexo. Ella, alargó su mano tratando de agarrar su pene, recibió un fuerte manotazo y retiró los dedos doloridos próximos a su entrepierna. Pensó que en eso quedaba el juego al notarle inmóvil. Tardó nada en penetrarla de nuevo, con uno.., con dos dedos.., hacía demasiado que no la masturbaban así, no quería correrse muy pronto, su cuerpo verdaderamente ya no le pertenecía. Cuando culminó, sintió que le depositaba algo sobre el vientre, un papel, no se decidía a abrir los ojos sin permiso, no supo que él se había marchado hasta escuchar el portazo de la pesada puerta.

Al incorporarse, leyó cuatro palabras que la tentaban hacia un mundo nuevo, "te espero a cenar", le dio la vuelta a la tarjeta y subrayada en rojo, para que no tuviese ninguna duda de adónde acudir, la dirección completa del maestro, en una zona residencial a las afueras de la ciudad.

Junto a él descubrió que sí era posible vivir de la pintura, si, por suerte, un reconocido coleccionista y galerista transforma a su musa en su escultura personal, le monta exposiciones únicamente porque es su mujer y, en lo personal, la adora ya que desea muchas réplicas de sí mismo y únicamente piensa en preñarla cada pocos años porque como gran vanidoso se vanagloria de que su mejor obra es engendrar a los hijos de dos en dos cada vez y eso, por el momento, solamente le ha sido posible con su pintora.



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