Maldito olvido



Al entrar en su casa sintió miedo, ocurría algo y los detalles indicaban que trataban de volverla loca, el único motivo aparente es que querían quedarse con toda su fortuna.

Todo había cambiado, la cocina estaba llena de notitas, escritas con una letra clara y cuidada, pegadas en cada cacharro y objeto con su nombre. Parecía una tienda en rebajas, solo que aquí no existía precio de compra. Encontró el salón en un estado similar, los muebles tenían bien clara su denominación en un trozo de papel. En el pasillo, en el baño, incluso en el jardín se habían entretenido en poner letreritos al conjunto, ni su pajarera estaba libre de ellos. Agarró la nota del respaldo del sillón, la arrugó con furia, y se sentó a llorar desconsolada.

En su hogar se transformaba mucho la vida en pocas semanas, creían que no era consciente del hecho, ella no demostraba ni una pizca de desconfianza con la esperanza de descubrir su juego antes de que lograsen aniquilar su cordura.

La primera vez que se preocupó en serio fue cuando se empeñaron en cambiarle el nombre, ¡Pilar, vamos a cenar!, ¡qué bonitas están tus rosas, Pilar! Detestaba ese nombre, nunca le gustó, si iban a dejar de llamarla Marta, podían haber buscado otro mejor. Simplemente aceptó el enredo y ya no volvieron a referirse a ella de otra forma. Con el tiempo se fueron encadenando episodios crueles a diario, como que los otros cenasen a la hora del desayuno, que le gritasen al ir a acostarse porque según ellos era media tarde y que tuviese que pasar frío en la calle debido a que escondían las chaquetas, los abrigos y los jerseys y solo dejaban a mano ropa ligera, de manga corta o tirantes y múltiples bañadores.

Cesó su llanto al escuchar cerrarse la puerta, supuso que llegaba ese que parecía su marido y no lo era. Su rostro y sus manos eran las de siempre, caminaba igual aunque se delataba por el trato, su marido era cariñoso, educado, alegre. Este intruso solo tenía frases rudas y órdenes constantes, perdía la paciencia si trataba de contarle algo largo, incluso pensaba que ella no comprendía lo que decía y repetía, vocalizando de manera ridícula, que era la hora de comer y la volvía a llamar Pilar. ¡Qué rabia le daba! Le miró al llegar al jardín y no le reconoció, prácticamente se acababan de casar y ya estaba viejo, ¡como para no darse cuenta del cambio de persona! Vivía rodeada de extraños y solo ansiaba escapar lejos de ellos.

Después estaban los jóvenes, muy altos y delgados, solían mirarla con cara de pena, afortunadamente molestaban poco, o se encerraban en sus habitaciones o permanecían horas tumbados tomando el sol en la piscina, con los cascos puestos y la música alta.

La más desconcertante era la morena, cubana decía que era, la seguía a todas partes, en realidad la espiaba, no podía ni moverse sin tenerla pegada a su espalda, insinuaba que debía protegerla, para eso la habían contratado, ¡la odiaba con todas sus fuerzas! Seguro que se acostaba con su falso esposo, les sorprendía a escondidas, susurrando por los rincones, para que no oyese nada de lo que tramaban.

Cada día la encerraban un poco más, las ventanas de la planta superior no era posible abrirlas, no podía acceder al garaje, ni conducir su antiguo coche. Igual ocurría con la puerta de la calle, la llave siempre echada y la suya perdida, o robada, por alguno de esos tres que insistían en transformarla en una persona que nunca sería.

El colmo fue el momento en el que al ir a pagar, en una boutique, le dijeron que su tarjeta no funcionaba, ni esa, ni las otras dos. Buscó el monedero en su bolso para dejar una señal y regresar más tarde a abonar el resto, la ira la invadió, solo halló papelitos con su nombre, su dirección y el número de teléfono de su casa. Estalló como una inesperada tormenta de verano, empezó por romper los papeles, lo que sacaba de su bolso lo tiraba sin mirar dónde aterrizaba, arrojó la ropa del mostrador al suelo, intentó pegarle a la dependienta y, sin recordar más detalles del incidente, se encontró sentada en una comisaría, donde también les dio por llamarla Pilar. Comentó con el policía que debía marcharse, se había hecho tarde, en su casa estarían preocupados por su ausencia. El hombre dijo que esperaban a su marido, en cuanto lo escuchó trató de huir, la retuvieron y amenazaron con ponerle las esposas si no colaboraba. Tras un buen rato de indignación contenida, decidió denunciar la situación en la que se veía obligada a vivir, y a los tres que trataban, por todos los medios, de anularla como Marta, para convertirla en una dócil Pilar. El policía no creyó su historia, se levantó y se sirvió un café de la máquina, a ella le ofreció una botella de agua.

Se le borraron las horas posteriores, la noche transcurrió entre pesadillas y paseos erráticos por el dormitorio. Al despertarse descubrió que estaba encerrada en su habitación, al menos tenía una bandeja con el desayuno encima de la mesa, al terminar el té decidió que ese sería el último día de su antigua vida. Sacó toda la ropa de verano que se empeñaban en que usase justo ahora que estaban en invierno y la fue tirando por la ventana. A continuación le tocó el turno a los zapatos y bolsos. Las sábanas, toallas y colchas tuvieron el mismo final, no quedó nada dentro de los armarios. Cogió los libros de la estantería y fue arrancando página a página hasta convertir el suelo de su cuarto en un mar de letras y palabras. Estrelló contra el piso los frascos de perfume, los pintalabios, los maquillajes. Escribió insultos en las paredes con el lápiz de ojos. Se arrancó el camisón a tirones y, agotada, se tumbó sobre las páginas desperdigadas, comenzó a llamar, muy bajito, a su auténtico marido, al que recitaba poemas y tocaba la guitarra a la luz de la luna, aquél que jamás le habría hecho daño, por mucho que ella, tan testaruda, no hubiese estado dispuesta a que le cambiasen el nombre por uno que aborrecía.

¡Maldito olvido! Su memoria se iba apagando demasiado rápido, olvidaba más de lo que recordaba con gran esfuerzo. Le contaron que destrozó su habitación, que la encontraron con los pies ensangrentados, que a continuación se pasó semanas sin pronunciar palabra, sin querer hablar con nadie. ¡Esa no era ella!, ¡sería Pilar la impostora!, gritaba su mente. Ella vivía en el mar, nadaba cada amanecer libre y desnuda, sin preocuparse de los prejuicios de los que la rodeaban, comía cuando deseaba, sin prestar atención a los despreciables relojes. Aguardaba sobre las rocas a su amor, que al acercarse braceando la besaba con pasión, apoyaba la cabeza en sus pechos y le cantaba antiguas canciones románticas, con una voz dulce y varonil. Conseguía que se olvidase de cualquier problema, en esos instantes lo único importante en la vida eran ellos dos y estar juntos y felices eternamente.



De alguna manera 
tendré que olvidarte,
por mucho que quiera
no es fácil, ya sabes,
me faltan las fuerzas,
ha sido muy tarde,
y nada más, y nada más, 
apenas nada más.





Comentarios

  1. Me ha encantado, yo que conozco ese mundo del "olvido"... te digo que lo has bordado. ¡Enhorabuena, sigue así!
    ¡Ah! soy Ana Mª Manzanaro, lo que ocurre es que el PC me reconoce como Isa ¡que le voy a hacer!

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    1. Muchas gracias Ana, ya te dije que me interesaba tu opinión, sabes mucho sobre esta enfermedad. Me daba un poco de miedo escribir desde el lado de la enferma y me alegra que pienses que me ha salido bien. Un besazo.

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  2. Respuestas
    1. Muchas gracias Virginia, por tu tiempo, por leerme, por todo. Me alegro de que te haya gustado el relato. Un besazo.

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