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PARÍS SIN TU CANCIÓN

  Antes de matricularnos en la Universidad ya pertenecíamos a la lista de los raros, los que llegábamos con la incertidumbre de no saber si podríamos comenzar Magisterio. En la secretaría del centro, nos anotaban y quedábamos pendientes de formalizar la matrícula, si aparecían al menos veinte alumnos para crear una clase. La opción que nos ofrecían, si no ocurría, era guardarnos la nota y matricularnos al año siguiente, eso nos arruinaría el expediente, o matricularnos en inglés, lo que nos condenaría a un suspenso seguro. A los que pertenecíamos a ese período en el que en muchos colegios el francés fue obligatorio durante años, nos hubiese encantado hablar inglés, más práctico y concurrido, cuatro grupos formados finalmente frente a uno, el nuestro, el de la minoría.  La composición del aula FA resultaba llamativa, la mayoría de los alumnos tenían entre treinta y cuarenta años, ejercían de maestros en pueblos o aldeas y necesitaban obtener el título para conservar su empleo. Después e

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