Amores comprados


Se aficionó a las novelas de misterio desde pequeña, en su casa las había a cientos, realmente, no existía otro tipo de literatura. Su padre todos los domingos llegaba con algunas más, adoraba ese olor del papel nuevo, le gustaba tocarlas unos minutos antes de abrirlas, curiosearlas y leer frases de aquí y de allá para que su apetito se despertase. Su madre no leía nada, salvo las pocas revistas de moda que pedía muy de tarde en tarde.

Estar a punto de protagonizar su particular novela de misterio la llenaba más de miedo que de alegría, dedicó muchos meses a su labor de investigación y logró unas pocas pistas fiables sobre el hombre que se proponía encontrar como fuese, de ella no se iba a reír un calienta bragas cualquiera, aunque lo verdaderamente doloroso, era ser la culpable de haberse dejado engañar como una colegiala calenturienta.

A los cuarenta se quedó viuda, amaba a su marido, al menos mientras estuvo a su lado, tras su muerte descubrió que podía vivir mucho mejor solita. Él tenía numerosas virtudes y no pocos defectos, era un soso y un aburrido, no conseguía convencerle para llevarle de viaje. En unos meses se había desquitado, de viajar, de salir, de coquetear, incluso de acostarse con otros hombres, a ella no iba a atraparla ninguno con sexo, le soltaba siempre a las amigas con cada nueva conquista.

Su marido resultó que poseía un amplio capital, herencia de su abuela paterna, que desconocía por completo, incluidos dos apartamentos en la playa, en Valencia y Málaga, ¡y ella muriéndose cada verano por ir a ver el mar! ¡Pedazo de necio!

Bien situada y con buena pensión dejó su trabajo de encargada en los grandes almacenes y se dedicó a disfrutar por los años perdidos. Se enganchó a las novedosas páginas de contactos y competía con las amigas en conocer al mayor número posible de hombres. Hasta que apareció Sergio, y dejó de relacionarse con otros, su alma gemela, ¡no podían tener más gustos comunes! Se pasaban horas chateando, era atento, cariñoso, divertido, picante, incluso lograba que se masturbase cada vez que él se lo proponía, de forma obediente y dócil seguía sus frases calientes, que iban surgiendo a cuentagotas en la pantalla. Se fue enamorando de Sergio de una forma patológica, rompía en ataques de celos si una noche no se conectaba, andaba irascible, ya no tenía otros intereses. ¡Qué rabia le daba tenerle tan lejos, nada menos que en Cuba! Cuando él aceptó viajar a España creyó enloquecer de felicidad. Se necesitaba demasiado dinero para cumplir su sueño, poder abrazarle, besarle, tenerle entre sus piernas después de tantos anhelos. Salir de la Isla no era ni sencillo ni barato. Cuanto más descendía su cuenta corriente, más aumentaba su ansiedad y desasosiego. No entendía que se necesitase sobornar a tanta gente para obtener un permiso que le dejase partir al fin.

Y entretanto aguardaba su llegada, una mañana su amiga Paqui llegó con aquel recorte de prensa, arrugado entre sus manos, y una pregunta hiriente, -¿este estafador del amor no es tu Sergio?-. Embaucadores, robacorazones,.. todas las palabras sonaban igual de mal. No tuvo que contestar, su cara desolada fue la mejor respuesta. No era la única de la que se andaba burlando. Lloró como nunca, abusó del alcohol, recayó en la bulimia y se encerró en casa con las persianas bajadas para no ver a nadie. Antes de tocar fondo completamente, recordó una frase, en la que ni reparó en su día, que fue la que le dio la pista de la ciudad donde podría vivir ese mal nacido.

Se transformó en detective, sabueso, portera, todo servía para recopilar información, y al tenerla ordenada y clara, dejó entrar el aire fresco y el sol por las ventanas, agarró la tarjeta de crédito y se fue al centro de belleza y a comprarse ropa nueva, no se iba a presentar delante de él hecha un adefesio.

Una maleta pequeña y un gran dossier sobre aquella comadreja fue lo único que necesitaba para partir a desenmascararle y a recuperar su dinero, o a denunciarle como el resto de sus víctimas.

Sentada en el tren se sentía como la protagonista en femenino de Beltenebros:

"Vine a Madrid para matar a un hombre que no había visto nunca. Me dijeron su nombre, el auténtico, y también algunos de los nombres falsos que había usado a lo largo de su vida secreta, nombres en general irreales, como de novela, de cualquiera de esas novelas sentimentales que leía para matar el tiempo en aquella especie de helado almacén, una torre de ladrillo próxima a los raíles de la estación de Atocha...".

Pese a tener los datos correctos le costó varias semanas encontrar su casa, el portero siempre le decía que en ese bloque no vivía, debía ser la frase por la que recibía las propinas. Como intuía que el hombre le mentía decidió colarse por la rampa del garaje y halló el valor para llamar al timbre de su piso, resultó que no había nadie. Volvió otras dos veces sin éxito y la tercera, temblando frente a su puerta, con la boca reseca y lágrimas en los ojos, al tocar el timbre escuchó pasos en el interior del piso acercándose a la entrada. Abrió sin preguntar, con la confianza de quien espera a un familiar o a un amigo, y con la sonrisa en el rostro y una rosa en la mano, se le apareció delante de su cara el fantasma de quien se esfumó de su vida hacía más de treinta años.

Perdió el conocimiento y al reabrir los ojos se encontraba en la recepción, rodeada por el portero, un médico y una señora que no tenía ni idea de quién sería pero olía de maravilla. Les escuchó entrecortado que necesitaría pasar por el hospital para que le escayolasen el brazo, ¡la verdad que le dolía horrores! 

¿Dónde está mi padre?, gritó todo lo que el dolor de la mandíbula le permitió. Se miraron los tres y no reflejaron comprender a quién se refería.

¡No podía creerlo! Su estafador del amor resultaba ser su padre, que desapareció en un accidente poco claro en una playa de Asturias al saltar desde unas rocas al mar. A su madre y a ella les trajeron las cenizas porque no pudieron ni asistir al entierro de lo rápido que lo resolvieron todo y resultaba que no estaba muerto y que había tenido sexo virtual ¡con su propio padre!, no quería ni levantar la vista de la alfombra de la vergüenza que sentía, aunque lo que debía preocuparla era que siguiera vivo, con lo que le lloraron ambas en su hogar como difunto. La señora del perfume, muy hábil y mandona se libró del médico y del portero, y cuando se hallaron a solas le mostró una placa y le soltó que era policía, ¡ahora sí que tenía toda la novela al completo! Llevaban años siguiéndole, por su edad se tornó descuidado y fue dejando pistas como migas de pan que terminaron por delatarle, esa noche iban a detenerle y lo estropeó todo presentándose así. La mujer policía se hacía pasar por una prostituta que él solicitó y a la que debió abrirle la puerta era a ella y no a su hija. 

Se llevó tu bolso mientras estabas tirada en el suelo, ya debe saber quien eres.

¡Su padre era un embaucador, un ladrón y además putero! Su novela se le iba emborronando por momentos, a las heroínas de los libros que leía nunca se le torcían tanto las cosas. Regresaba a su casa totalmente fracasada y hundida. En el fondo de su corazón sí se alegraba bastante de que su progenitor hubiese escapado gracias a ella, ese capítulo no resultaba tan malo.

Se cambió de nombre y de ciudad, se abrió varias cuentas con perfiles falsos en las páginas de contactos y fue apresando en sus redes a un montón de incautos, a los que con tres frases eróticas, copiadas todas de libros, un poco de compañía de madrugada y algo de ágil charla, les bastaban para escribirle al poco tiempo en letras mayúsculas, TE AMO. A ella no le interesaban en absoluto ni sus corazones ni sus sexos, solo apoderarse de su frío dinero y reírse de ellos.



 

Comentarios

Entradas populares