Nadar sin guardar la ropa

 



Le gustaba nadar, lo hacía realmente bien y no contaba con demasiadas oportunidades para ello. El fuerte oleaje no le disuadió para lanzarse al agua. No transcurrieron ni diez minutos cuando notó que perdía el bañador, al tratar de agarrarlo se le escapó flotando y huyendo con las olas mar adentro, se quedó con el elástico en la mano y, en un instante, vio desaparecer tan necesaria prenda. Esa rotura no fue casual. Al no poder hacer nada por recuperarlo, decidió aprovechar el momento y prosiguió con su baño.

No lograba calcular el tiempo que llevaba dentro, comenzaba a acusar el cansancio y sintió frío. Se acercó lo que pudo a la orilla sin que fuese visible su desnudez. Trató de localizar a su mujer. Juraría que se quedó junto a una sombrilla amarilla enorme, y con ella quedaron su ropa y el resto de sus cosas. ¡No, en ese lugar no continuaba, de allí se había movido!.

¿Qué otra opción existía? Salió del agua, tapándose sus partes íntimas con las manos, y andando a buen paso, medio encorvado, se encaminó al punto donde recordaba se instalaron horas antes. La gente le miraba, escuchaba insultos, los críos se reían... en apariencia mantenía la calma, pese a lo nervioso que se estaba poniendo, ¡no podía haberse marchado sin él! Ni lo pensó. Eligió a una señora, supuestamente dormida, tumbada en una toalla azul con motivos marinos, se acercó evitando hacerle sombra en el cuerpo o en la cara, justo al agacharse y agarrar la otra toalla extendida a su lado, ésta levantó tan rápido la cabeza que le pegó un susto de muerte, se cayó sobre ella y de un salto se puso en pie y huyó corriendo. La pobre mujer al verle ahí tan cerca, con todo colgando, se debió pensar lo peor. Chillaba a pleno pulmón, en su huida creyó escuchar la palabra violador. Pronto le retuvieron. Un grupo de hombres, mujeres y jóvenes le cercaron insultándole, por suerte, se acercaba una pareja de policías.

¿Qué? ¿Exhibicionista?

¡Pero cómo se le ocurre..., si me da vergüenza hasta que me vea mi madre en calzoncillos!

Una señora afirma que se le abalanzó usted con la intención de tocarle los pechos.

¡Hombre..., que podría ser mi abuela! ¡No quería tocarle las tetas a nadie, solo pretendía robarle la toalla que tenía al lado!

La expresión del policía le hizo descubrir que su respuesta no había sido muy inteligente.

Optó por guardar silencio, no se estaba ayudando demasiado a resolver su situación.

Al acercarse la señora violentada, todas las de alrededor la ayudaron a condenarle:

¡Denle algo para que se le pasen las ganas de comportarse como un guarro!

¡Estos tipos deberían estar castrados!

¡Tío cerdo!

¡Si al menos estuviese bueno para exhibirse por la playa desnudo...!, gritó una voz que le resultaba familiar.

Al escucharla, se volvió rojo por la ira, y la descubrió muerta de la risa, haciéndole burla, comiéndose un cucurucho doble de fresa.

¡Ya basta de bromitas, Nati, un día me van a costar un disgusto de los gordos!



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