Caminos torcidos


Se la encontró recostada sobre la mesa, llorando. Al entrar, una sensación desagradable recorrió su cuerpo. En cuanto descubrió la maleta, bien visible junto a la ventana, supo que aquella escena no era casual, su amiga se había esforzado en prepararla a conciencia. En pocos minutos le fueron llegando el olor a perfume intenso, a maquillaje, a ropa nueva... a tragedia. Amanda levantó la cabeza de la mesa muy lentamente, en sus ojos no halló restos de lágrimas, se la veía feliz, mucho más que cualquier otro día. Hacía tantos años que no la veía así que le costó recordar cómo era antes, o mejor, cómo eran ambas en su otra vida. ¡Le quedaba tan bien su pelo lacio sobre la cara! Y aquellos labios perfectos, de rosa fuerte que rompían su fragilidad. Le habría costado mucho comprar de nuevo su misma barra de labios de su vida pasada, o nunca la tiró, con la esperanza de volver a usarla, eso sí aumentó su temor.

Se sentó alejada, no quiso ni mirarla, ni le dio los buenos días habituales, aún no podía hablar sin que estallase como una tormenta. Su amiga sabía muy bien aguardar sin provocar.

Y llegó el temido instante de enfrentarse al problema, o lo que fuese que se le venía encima. Amanda ni cambiaba la expresión, se la veía tranquila, incluso ¿contenta? Su rostro estaba relajado, lo que provocó que le aumentase la mala leche. Trató de preguntarle lo más calmada posible:

¿Y este cambio? ¿Ha pasado algo?

Ha vuelto.

¿Qué ha vuelto? No me jodas Amanda. Han pasado cinco años.

Su rabia le congestionó la cara, le ardían los ojos, su respiración entrecortada amenazaba con ahogarla entre amargas lágrimas. Le recordó porqué estaban allí, en un trabajo duro, mal pagado, en una ciudad de tercera, rodeadas de gente a la que ni le importaban ni ellas apreciaban lo más mínimo. Y lo peor, tuvo que recordarle, ¡a ella!, que tuvieron que salir una noche a escondidas, dejar atrás su vida, sus amigos, la ciudad en la que nacieron... Que se habían pasado noches en urgencias por las palizas, que los fines de semana la escondía en su casa, para que él no pudiese golpearla más al regresar borracho de las juergas con sus colegas, que trató de suicidarse dos veces... y que huyeron cuando, por fin, encontró el valor para denunciarle y aquél policía aniñado no las ayudó en absoluto, tan solo aumentó su desesperación.

Aquí no constan denuncias por malos tratos, que no digo que no los haya, solo que usted no tiene ninguna prueba, y lo que él hace no es delito, señora, estar en un coche aparcado en la calle de su amiga, un rato..., o unas horas..., eso no es para detener a nadie. Cuando él haga algo, nosotros podremos actuar. De momento...

A escondidas, fueron a casa de Amanda a recoger lo poco que pudieron, por supuesto, la casa se la quedó él, junto con todo lo que contenía. Tomaron un tren, y después otro, y otro... hasta que semanas después decidieron dejar de moverse y establecerse donde parecía su mejor opción. ¡Ella no podía haber olvidado todo eso!

Sus respuestas eran tranquilas, hablaba más despacio de lo que acostumbraba y no paraba de soltarle ¿entiendes? tras cada frase. ¡Pues no!, entender no entendía nada en absoluto. Supo entonces que éste no era el primer día que le veía, llevaban tiempo juntos, se odió por no haber sabido ver, por no intuir, por no percatarse de nada.

Carmen, yo le quiero, y él a mí. Me llamó porque va a vender la casa, quiere darme mi parte. Me preguntó si tiraba mi colección de discos, mis libros, las fotos de mis padres... y entre frases banales volvimos a hablar de nosotros.

No dejó que terminase, no le interesaba escuchar más.

¡¿De qué coño me hablas?! ¡¿De amor?!

Miró hacia la puerta, dándole la espalda. Amanda se levantó lentamente, se acercó a ella y le dio un abrazo apretado, le dijo que se había despedido del trabajo la tarde anterior, ahora se marchaba con él. No pudo pronunciar palabra, ni tan siquiera un adiós. La miró agarrar la pesada maleta y salir. Desde la ventana entreabierta le vio abajo, el mismo chulo de siempre de sonrisa encantadora, un poco más viejo, seguramente bastante más canalla. ¡El tío, seguía siendo guapo! Sintió mucho miedo de no volver a ver a su amiga con vida, con su rubia melena sobre la cara, sus labios pintados de rosa, su mínima falda y sus medias de colores, para disimular que tenía piernas flacas de pajarito.



Comentarios

Entradas populares